Gastón abrió los ojos con gran dificultad, miró a su alrededor para saber si estaba en el lugar adecuado. Observó el cielo raso desde donde colgaba una ampolleta blanca y grande. Recorrió las paredes de color amarillo pálido, adornadas con un par de reproducciones de Roberto Matta. Detrás de las espesas cortinas verdes, se asomaba un débil rayo de luz. Supuso que allí estaba el ventanal desde donde admiraba la imponente cordillera. A su lado un gran televisor con las voces que lo habían despertado. Reconoció su amplia cama cubierta con el cobertor que hacía juego con el color de las cortinas. Desde su mullido cojín vio con deleite sus zapatillas de descanso. Sí, definitivamente estaba en su dormitorio. Debía abandonar el lecho, atravesar el  gran espacio que lo separaba del cuarto de baño y empezar la rutina del aseo matinal.
-Hijo, tu desayuno está listo. La voz de su madre lo llamaba desde el otro lado de la puerta.
-Está bien, mamá, contestó, dando un brinco fuera de la cama.
Caminó lentamente, como si sus pies le pesaran. Su cuarto de baño era amplio. Una gran tina ocupaba un extremo de la sala.  Desde la ventana, que siempre mantenía abierta, se podía ver el jardín posterior de la casa. Mientras el agua corría por todo su cuerpo, trató de recordar por qué hoy tenía que levantarse tan temprano, tengo una entrevista…eso es…
La semana anterior había recibido una llamada telefónica. Le comunicaron que el próximo lunes tenía una entrevista en el bufete de Carmona, Jiménez y asociados que quedaba en el centro de la ciudad. Había olvidado por completo que un tiempo atrás había enviado su currículo, sin pensar siquiera que sería llamado. Era una buena señal. Llevaba un año buscando dónde trabajar. Había perdido la cuenta de cuántos antecedentes había dejado en las distintas oficinas de abogados, pero ésta era la primera vez que lo llamaban. Tal vez en la entrevista  demostraría sus capacidades.
Al salir del baño se sintió reconfortado. Atrás quedaron la pereza y el disgusto de levantarse a esas horas de la mañana. Ni siquiera sabía qué hora era, pero le parecía tempranísimo. Bajó corriendo las escaleras y entró al comedor donde ya estaban desayunando sus padres.
-Mi reloj se descompuso ¿qué hora es?
-Las 8.20
-Tengo el tiempo justo para llegar al centro.
-¿Sólo te servirás café?
-Sí. Espero volver a almorzar. Adiós.
-Adiós.
Vivía lejos del centro de la ciudad, pero cerca del metro lo que le facilitaba su traslado. Esa mañana los vagones iban repletos de pasajeros. Se entretuvo observándolos: jóvenes ejecutivos, escolares, universitarios, mujeres jóvenes y  de mediana edad; con cara de sueño y nerviosos, parecían que todos iban atrasados al trabajo. En cada estación subía más gente y el aire se hacía más pesado. Pero a Gastón nada le preocupaba, al contrario, iba en busca de lo que estaba esperando hacía tanto y estaba seguro de lograrlo. Después de un tiempo que le pareció corto, bajó en la Estación Del Puente. La mayoría descendía allí. Sintió que la multitud lo arrastraba hacia afuera sin quererlo él. Buscó el edificio donde estaba el bufete. La ciudad recién parecía despertar. La gente se movía en distintas direcciones; algunas tiendas comenzaban a abrir sus puertas, otras aún permanecían cerradas. Era demasiado temprano para su entrevista. Entró a un café cercano. Ya había algunos clientes quienes, como él, parecían hacer hora. Mientras le atendían tomó un diario, pretendía leer aunque su vista pasaba por sobre las letras, su pensamiento estaba en cómo le iría con el abogado Carmona.
Esperó unos minutos más y se dirigió al lugar de su cita. Era un edificio muy moderno de treinta pisos. La oficina estaba en el piso veintitrés. El ascensor subió  con pocas personas que se fueron quedando en los pisos inferiores. Por su juventud, parecían  estudiantes de leyes. Tal vez uno que otro abogado.
La puerta del bufete estaba cerrada. Tocó el timbre y le abrió la secretaria, una señora de mediana edad.
-Tengo una entrevista con el señor Carmona.
-Le avisaré, siéntese por favor.
 Mientras esperaba, observó su entorno: la sala era amplia, con sillones de cuero. Las paredes estaban adornadas con reproducciones de pintores que n reconoció al instante. Recordó a su profesora de Artes Plásticas que impartía hermosas clases donde les mostraba pinturas de los famosos. Mientras la profesora hablaba, él escuchaba y observaba fascinado. Cómo me gustaría pintar así algún día, pensaba. La voz de la secretaria lo volvió a la realidad.
-El señor Carmona lo espera, le dijo, abriéndole la puerta de la oficina contigua.
A Gastón le pareció que estaba nuevamente frente a quienes lo examinaron cuando recibió el título de abogado. Una tarima alta donde estaban los profesores que lo empezaron a interrogar desde arriba y él contestando desde abajo, sentado frente a un pequeño escritorio. Creyó morir de miedo, el mismo miedo que sentía ahora frente al abogado Carmona. Sentado detrás de un inmenso escritorio, repleto de papeles y libros, rodeado de una estantería colmada de textos de leyes, lo observaba  con una penetrante mirada. Bajó la vista hacia un papel que tenía en sus manos y dijo con voz ronca y fuerte.
-Sus antecedentes indican que ha sido un excelente estudiante, joven, pero por desgracia no tiene otra experiencia fuera de su práctica.
-Sí, señor, sin embargo, en el caso que me tocó defender, tuve una total aprobación de mis profesores.
-¿Está al tanto de los nuevos procedimientos en Derecho Penal?
-Sí, señor, me especialicé durante los dos últimos años.
-Necesito cerciorarme cuánto sabe usted al respecto. Para ello nos veremos en diez días a las tres de la tarde.
-¿Una especie de examen?
-Algo así. Hasta entonces.
-Hasta luego, señor.
Gastón abandonó el despacho mucho más tranquilo que cuando entró. Se despidió de la secretaria y salió. Mientras caminaba por  la calle repleta de transeúntes, repasó la entrevista, debió haber impresionado bien a Carmona, porque le había dado una nueva oportunidad. Lo que tenía que hacer era ponerse a estudiar de inmediato.
Volvió a la casa a tiempo para almorzar. Sus padres lo felicitaron por el resultado. También consideraron una buena señal la segunda entrevista.
Una vez en su cuarto, frente a sus libros, empezó a estudiar, dispuesto a salir airoso del próximo desafío que se le presentaría en diez días más.
         Toda la tarde estuvo repasando una y otra vez los temas. Sólo bajó a cenar entrada la noche. Estudió un par de horas más y decidió acostarse. Estaba agotado. Alcanzó a poner la cabeza en la almohada y ya estaba profundamente dormido.



         Uno de los placeres del joven  eran las caminatas matutinas, las que alternaba con trotes cortos. Habitualmente lo hacía en un parque cercano que bordeaba un torrentoso río. Aprovechando el día que anunciaba el comienzo del verano, retornó a su interrumpida práctica. Últimamente se había dedicado al estudio, sin tener tiempo para su deporte favorito. Era temprano cuando se levantó. Sin bañarse, se vistió con su buzo azul y zapatillas compradas para la ocasión. A mi regreso me baño y tomo un reconfortante desayuno, se dijo.
         Una agradable brisa le golpeó el rostro. La mañana mostraba un cielo límpido, sin nubes. Había poca gente en las calles y los vehículos recién empezaban a aparecer. Gastón, con un trote corto, alcanzó el comienzo del parque. Redujo el trote a un paso de trancos largos y rítmicos. Mientras caminaba, sus brazos se movían acompasados a ambos lados de su cuerpo. Se sentía relajado. Admirando el verdor de los árboles, aspiraba gozoso el aroma del parque. Había olvidado las leyes y su reciente examen. Veía su futuro con relativo optimismo. Todo irá bien, pensó, y siguió caminando con gran soltura.
         En medio de esa quietud  interior  que lo embargaba y la tranquilidad del entorno, escuchó unos disparos. Luego un vehículo que pasaba a toda velocidad. Detrás otro persiguiéndolo. Se detuvo perplejo. No sabía qué hacer. Parecía un hecho delictivo. Detenerse y observar o volver a casa. No alcanzó a tomar una decisión. Un individuo, con ojos desorbitados, lo apuntaba con un revólver. Aunque le pareció una pistola de juguete, Gastón se dio media vuelta y echó a correr. Tomó el primer sendero que se le abrió. Corrió y corrió sin descanso. Sentía los latidos de su corazón cada vez más apresurados. Un copioso sudor le corría por la frente. Pero no se detuvo. La naturaleza tampoco se detenía, los árboles pasaban raudos a su lado. Las pocas personas que lo alcanzaban, quedaban atrás rápidamente. El calor le inundaba su cuerpo. Soportaba un intenso malestar en las piernas acalambradas. Seguía corriendo. Tropezó, casi cae, pero de inmediato se recuperó. Continuó corriendo. Ya casi todo había desaparecido: los árboles, el río, el gentío, los autos, todo. Le pareció estar en un lugar desconocido.  Se detuvo. Miró hacia atrás. Nadie lo seguía. Cayó exánime.
         Empezó a moverse lentamente. Le dolía todo el cuerpo como si lo hubieran apaleado. Al abrir los ojos, se vio rodeado por numerosas personas que lo observaban, preguntando todos a la vez, ¿está bien?, ¿por qué corría como si lo vinieran persiguiendo?, levántese, lo llevaremos a su casa, ¿vive cerca?, las preguntas aturdían al joven, gracias, ya estoy bien, caminaré, vivo cerca, no se molesten, gracias, hasta luego.
 Esta vez sus pasos eran cortos y pausados. Aún le dolían las piernas y apenas podía respirar. La experiencia lo había aturdido. Lo que más le preocupaba era dónde se había metido su perseguidor, por qué no le había disparado, por qué corrió sin mirar atrás ni una sola vez ¿enceguecido por el pánico tal vez? ¿lo habían perseguido en realidad? En medio de sus pensamientos llegó a su casa.
-¿Qué te ha pasado? preguntaron sus padres a la vez. Tienes un aspecto lamentable.
-¡Una experiencia increíble!
-¿Te asaltaron?
-Nada de eso. Corrí como desatinado por el parque, creyendo que me perseguían y nadie venía detrás de mí.  Sentándose les explicó lo sucedido.
-Es posible que al tipo lo detuvieran cuando iba detrás  tuyo.
-Es lo más probable. Me ducharé y bajo a desayunar con Uds.
         Subió a su cuarto. Se recostó en la cama, sin proponérselo se quedó dormido.



         Siempre fue un niño muy especial, para mí al menos. Desde que nació tuvo una salud muy precaria. ¿Te acuerdas que  lo bautizamos casi recién nacido? Se resfriaba con mucha facilidad. Tenía problemas estomacales, porque le caía mal mi leche. Desde muy temprano tuve que alimentarlo con un sustituto que a él no le gustaba, porque tendía a devolverla. Me despertaba en la noche su llanto. A pesar de que no debía hacerlo, lo iba a consolar. Apenas me sentía estiraba sus bracitos para que lo alzara y yo le cantaba hasta que se quedaba otra vez dormido. Estela no pudo reprimir una leve sonrisa, como recordando esos tiernos momentos.
         Hasta la adolescencia fue un niño delgado, casi flaco, parecía muy enclenque. Le gustaba jugar fútbol, pero era un dolor verlo, porque parecía que se le iban a quebrar las piernas. A pesar de eso le gustaba que fueras a verlo, lleva siempre a mi madrina, mamá, me aplaude con mucho entusiasmo.
Recuerdo que tuve un embarazo sin problemas ¡estuve tan feliz de ser madre al fin! Todos los días le dedicaba media hora de piano. Él  demostraba su contento, dándome pataditas en mi vientre. Como hijo único recibió siempre todo nuestro cariño y apoyo.
         Lo vi crecer y hacerse hombre casi sin darme cuenta. Le conocí todos sus amigos que eran escasos, “de lo poco, bueno”, decía siempre. Yo advertía que a pesar de ello, sus escasas amistades siempre lo buscaban y lo invitaban a todas sus actividades. Eso me tranquilizaba, porque nunca estaba solo, al contrario.
         Desde niño fue muy apegado a mí, pero sin exagerar. Fui su amiga, con quien conversaba de sus estudios, de sus amigos, de sus profesores, de sus dudas, de sus planes, en fin, de todo. Mis opiniones las tomaba en cuenta, pero  siempre hacía lo que a él le parecía. Eso siempre lo comentamos tú y yo ¿no es cierto? Victoria asintió con una leve inclinación de cabeza.
         Cuando conoció a una chica que le gustaba y con quien quería pololear, yo le conté cómo lo habían hecho mis admiradores, especialmente su padre. Se rió mucho,”así ya no se usa, mamá, ahora la besas y ya, estamos de pololos”. Hoy aún recuerdo sus carcajadas, agregó Estela riéndose una vez más. Gracias a nuestras conversaciones, aprendí mucho de la juventud y él aprovechó de mi experiencia.
         ¡Cómo disfrutábamos nuestras cenas al terminar el día!  Era el recuento de la jornada. Gastón, mi esposo y yo esperábamos ese momento de animada conversación: mi hijo era el que tenía más que contar, especialmente cuando estudiaba en la Universidad; mi marido lo hacía respecto a sus pacientes mientras yo los escuchaba atentamente.
         Una noche  nos comunicó que quería estudiar leyes ¿abogado? pregunté sorprendida, sí, mamá, abogado ¿qué les parece? No debió habernos preguntado, no me agradan los abogados, dije bruscamente, son todos unos pillos, no me gustaría  tener un  sinvergüenza en la familia, pero mamá, no todos lo son, al contrario, los hay muy honestos, lo dudo, dije levantándome de la mesa. “Déjalo, Matilde, es su elección”, recuerdo que tú me aconsejaste.
Por su parte, mi esposo que permanecía callado, finalmente le preguntó “¿por qué quieres ser abogado, hijo?” “Para ayudar a la gente, no para aprovecharme de ella”, contestó con firmeza.          La conversación continuó en relación con la reforma procesal, los abogados de derechos humanos, los que defienden los casos cuyas víctimas carecen de recursos. Por lo visto mi hijo tenía claro por qué quería ser abogado y qué haría con su carrera una vez recibido. A Matilde, todavía  le molestaba ese momento, su rostro se puso tenso y sus manos se movieron nerviosamente.
         No tuvo problemas para entrar a la universidad. Tenía buen promedio en la enseñanza media y muy buen puntaje en la PSU. Recuerdo lo feliz que llegó cuando apareció en la lista de los aceptados en la universidad seleccionada por él. Me sentí orgullosa, a pesar de no tener ninguna predilección por la carrera que había elegido. Verlo tan contento, me alegró a mí también, total era su  opción. Decidí apoyarlo como siempre lo había hecho. Tú también fuiste de gran ayuda. Las palabras de Estela le permitíeron también a Victoria recordar con ella cada instante compartido con ambos.
         Cada día en la universidad fue una fiesta para él. Nos contaba de las materias que estudiaba, las discusiones que tenían entre sus compañeros, con los profesores. Era un deleite escucharlo. Se le notaba contento y satisfecho con lo que hacía. Avanzó en la carrera sin tropiezos, con buenas calificaciones y sin ramos pendientes. En la práctica lo vi un poco preocupado, quizás algo desencantado, pero siguió adelante. La tesis demoró un tanto, primero por la elección del tema y del profesor y luego por la redacción misma. Finalmente, cuando la presentó y la aprobó, lo invitamos a comer con un grupo de sus compañeros y compañeras.
         Estela se levantó del sillón y fue hasta la ventana. Parecía buscar en la lejanía los recuerdos que la hacían revivir cada momento junto a su hijo. Al examen de grado asistimos los tres, continuó.  A ambas el salón nos sobresaltó ¿recuerdas?: era inmenso, una especie de anfiteatro; adelante había un gran escritorio subido en una tarima; más abajo estaba el lugar del alumno examinado, un escritorio que me pareció insignificante. ¿Sería posible que mi pobre hijo pudiera responder a las preguntas en un lugar tan aterrador? A medida que el recinto se repletaba de público, mis nervios aumentaban. “No se preocupen, todo saldrá bien”, escuché lo como en sordina.
 Aparecieron los profesores. Gastón tomó su sitio. Se hizo un silencio acorde con la solemnidad del momento. La ceremonia empezó y yo creí que me desmayaría de emoción. Estela volvió a sentarse, parecía afectada por ese lejano instante tan significativo para  su hijo.
         Tal como nos adelantó, todo salió bien, prosiguió. Estuvo brillante ¡Qué orgullosos estábamos!, ¿verdad? Luego vinieron las felicitaciones de sus profesores, de sus compañeros, de nosotros y todos juntos nos fuimos a celebrar. Lo veía tan feliz que yo estuve segura, en ese momento, que mi hijo había elegido bien, que sería un buen abogado. Al juramento que le acreditaba como abogado, no lo acompañamos, somos demasiado, nos dijo, ni siquiera me verán dónde estoy.
         Sin embargo, mi preocupación comenzó por la tardanza que tuvo en buscar trabajo. Te lo comenté en su oportunidad ¿recuerdas? Se dedicó a seguir cursos de  especialización, a participar con compañeros en casos sin importancia. Le hice saber mi inquietud. “Paciencia, mamá, paciencia, mi oportunidad no ha llegado aún.” Efectivamente, tiempo después demasiado para mi gusto, el momento  llegó. Nos contó que  había presentado sus antecedentes en un conocido bufete y que esperaba que lo llamaran muy pronto. Me alegró su optimismo y me dispuse a esperar con él. Fueron días de mucha angustia. Yo observaba a mi hijo cómo  lo mataban los nervios, pero él disimulaba muy bien. Ese dicho que siempre citabas, “quien espera desespera”, lo vi clarito esos días.
         Por fin lo llamaron a una entrevista con uno de los abogados del bufete. Volvió satisfecho, pero un tanto abrumado por lo exhaustivo del examen, según nos comentó ¿Examen? pregunté asombrada, es que eso fue lo que me pareció, contestó.
         Y de nuevo la tensa demora. En los próximos días debían llamar a Gastón para comunicarle el resultado de la reunión. Te confieso que fueron peores que los anteriores. Mi hijo se jugaba su futuro. Yo lo notaba muy nervioso, pero no me atrevía a comentárselo, temía  que se sintiera obligado a disimular para tranquilizarme. El pasado volvía a conmoverla. Nuevamente abandonó su asiento y empezó a pasearse impaciente.
         La mañana que concurrió al bufete, lo observé ansioso, pero confiado ¡ese era mi hijo! No tienes idea lo orgullosa que me sentí en ese momento.
Volvió eufórico. Lo había logrado. Estaría a prueba por un par de meses en ese prestigioso bufete ¡Alégrate, tu ahijado no te ha defraudado ni lo hará! Victoria la observó por unos instantes, luego se levantó, estoy segura de ello, comadre, le dijo abrazándola efusivamente.



         Fue la última noche que durmió doce horas sin interrupción. En los días siguientes no lograba conciliar el sueño más allá de cuatro o cinco, despertándose sobresaltado. Tenía verdaderas pesadillas: soñaba que estaba frente al señor Carmona que lo miraba desde su alto escritorio. Parecía preguntarle algo, pero él no le entendía, como si hablara en un idioma distinto. En otro de sus sueños, Carmona lo interrogaba, pero él, sabiendo la respuesta, no podía articular palabra. Tuvo la sensación de  que nunca había soñado tanto y en forma tan recurrente. Es ese examen que me tiene angustiado, pensó.
 Durante esos diez días, repitió la misma rutina: se levantaba a las seis de la mañana; se duchaba con agua caliente primero y fría después para quedar bien despierto. Estudiaba  alrededor de dos horas. Su escritorio estaba atiborrado de libros de Derecho Penal. En su computador tenía una carpeta con una lista de preguntas posibles, las que se le iban ocurriendo a medida que preparaba los temas.
         Le gustaba y sabía de música clásica. Esta afición se la debía a su madre quien tenía estudios avanzados de piano y que le hacía escuchar desde muy pequeño. En los  tiempos universitarios, acostumbraba a estudiar con ella. Así lo hizo esta vez. Mientras repetía las leyes, se paseaba escuchándola. Se sentía  lleno de energía, gesticulaba, levantaba la voz, la bajaba, como si estuviera en un tribunal, como lo hizo en su práctica, defendiendo a un cliente.
         Luego bajaba a tomar desayuno en tenida informal. Prefería este tipo de ropa: suéter y pantalones livianos y zapatillas de casa. Le  agradaba estar cómodo mientras estudiaba, se sentía libre de movimientos. Bajaba a la hora que sabía que estaban sus padres.
-¿Cómo van tus estudios? –era la pregunta de todas las mañanas.
-Bien, muy bien, cada día mejor –la misma respuesta matutina.
El resto  versaba acerca de la contingencia o de algún tema  o problema que a su padre, médico de profesión, le preocupaba.
         Continuaba los estudios en una acogedora glorieta, rodeada de árboles, un gran parrón y rosales que cultivaba su padre con gran pasión. Disfrutaba del aire y la luz solar. Sentía que lo árido de las leyes se suavizaba en contacto con la naturaleza.
         El almuerzo era otro momento de descanso para Gastón. No siempre lo acompañaban sus padres y él lo aprovechaba para hojear los diarios del día. Después dormitaba unos 15 minutos y al estudio de nuevo, hasta la hora de la cena. Después de las noticias seguía estudiando.
-Basta, Gastón, es más de medianoche.
-Ya termino, mamá, contestaba, alzando levemente la cabeza.
         Había dividido los temas de acuerdo con los días que tenía por delante, de tal manera  que debía terminar las materias junto con el término del tiempo. Por eso su rutina era tan estricta, no estaba dispuesto a perder ni un segundo.
         Cuando llegó el día de la cita con el señor Carmona, había revisado todos los contenidos del Derecho Penal. Estaba listo para el interrogatorio.
         Amaneció un día radiante, buen augurio, se dijo. Durante la mañana descansó, se dio un relajante baño, se vistió formalmente, almorzó temprano, sin compañía, y partió.
         Las dos de la tarde era una buena hora para no estresarse. En el metro había poca gente y en las calles también. Era el momento de la colación. Gastón caminaba sin prisa, la suerte está echada, pensó, y  aunque me apure nada cambiará. El conserje que le abrió la puerta no le pareció tan hostil como la primera vez. El timbre permitió que la secretaria abriera prontamente la puerta.
-A las tres de la tarde me espera el señor Carmona.
-Adelante, tome asiento.
         La señora Emita era una mujer de mediana edad, muy amable. Demostraba un gran conocimiento en el manejo de  los asuntos del bufete. Su competencia le hizo pensar que llevaba años allí, tal vez desde muy joven. Su nerviosismo anterior no le permitió observarla. La verdad es que apenas la había mirado, debió haber sido bonita y atractiva, concluyó. Sonó el citófono.
-El señor Carmona lo espera.
         Entró a la gran sala con paso firme. Su mirada sostuvo la del abogado. Esta vez se sentía seguro de sus conocimientos, el dueño del bufete no lo intimidaría con sus preguntas.
-Buenas tardes, joven.
-Buenas tardes, señor.
-Grabaremos esta entrevista, si a usted no le molesta.
-No señor, me parece bien.
 Y el  señor Carmona comenzó a desarrollar su cuestionario de inmediato. Las preguntas no presentaban mayor dificultad para Gastón. Sin embargo, a medida que avanzaban los minutos, el joven se dio cuenta que los obstáculos iban en aumento como también su nerviosismo. Comprendió la estrategia del abogado. Necesitaba que el joven tomara confianza y que descuidara su atención y así conseguiría sorprenderlo con alguna trampa. Demostraba con ello no sólo el  conocimiento que tenía de las leyes, sino también la inteligencia con que planteaba los escollos. El joven  lo admiró por ello. Seguía atento a las preguntas, intentando contestar con serenidad y firmeza. Sin embargo, sentía que las manos le sudaban, que estaba pegado al sillón, que si la entrevista se demorara un poco más, no sería capaz de seguir contestando.
-Está bien, hemos concluido. El joven sintió alivio al escuchar esas palabras. Por fin  el suplicio había terminado y ya podía respirar con más alivio. Estudiaré sus respuestas  además de los apuntes que he tomado  y luego lo llamaremos. Buenas tardes.
-Buenas tardes.
Gastón no supo cuánto tiempo había transcurrido, pero al mirar por la ventana se dio cuenta  que estaba anocheciendo. Abandonó el despacho y fue a sentarse en los cómodos sillones de la sala de espera. Estaba agotado, tenía la garganta seca y le dolía la cabeza.
-Le ofrezco un café –dijo la señora  Ema sonriendo.
-Gracias, prefiero un vaso de agua.
Se lo bebió todo de una sola vez. Se levantó lentamente.
-Hasta luego.
-Hasta luego, joven.
         Mientras caminaba a tomar el metro iba repasando la entrevista, cómo me gustaría escuchar la grabación, pensó, así me daría cuenta de los aciertos y de los errores. Ya en el interior del vagón, sacó una pequeña libreta y empezó a anotar las preguntas. La mayoría las recordaba como también sus respuestas.
         Llegó a la casa y subió corriendo a su cuarto. Necesitaba darse una ducha antes de la cena. Cuando bajó se sentía mucho mejor y más relajado.
-¿Cómo te fue, hijo?
-Creo que bastante bien, mamá.
-¿Te contrataron?
-No sé, papá, el procedimiento es un tanto engorroso: tuve una primera entrevista, luego un verdadero examen de grado y aún no sé si  estoy dentro o fuera del bufete.
-¿Y de qué depende?
-El interrogatorio fue grabado. Ahora el señor Carmona lo va a revisar junto a las notas que tomó. Luego decidirá.
-Mejor así. Seguro que se dará cuenta de lo valioso que eres.
-Gracias, papá, esperaré ese llamado.
La cena transcurrió casi en silencio. Los tres parecían estar pensando en el futuro de Gastón y deseando que pronto lo llamaran para que se incorporara al bufete.
Al terminar de comer, el joven se levantó y se despidió de sus padres.
-Buenas noches, estoy agotado.
-Buenas noches y descansa.

Al joven abogado el tiempo de espera se le hizo eterno. No salió de la casa ni un solo día. Cada vez que sonaba el teléfono corría a atenderlo. Parecía burla, pero muchas veces la comunicación se cortaba y los números no coincidían con los que él conocía.
Los nervios lo estaban matando. Una de esas tardes, partió al cine que quedaba en un centro comercial cercano. Se fue caminando, para aplacar la ansiedad, se dijo. No tenía la menor idea de la cartelera. Eligió la película que estaba por empezar. Era una comedia algo tonta. Sabía de cine. Un par de años atrás había asistido a un curso  intensivo que le había permitido al menos saber si el filme era bueno, regular o malo. Éste era regular, pero entretenido y en momentos divertido. Justo en uno de esos momentos, cuando el público reía a carcajadas, sonó su celular. Dando un salto, se levantó de su butaca y salió corriendo del cine. Esta vez era del bufete, lo citaban para el día siguiente a las nueve de la mañana. Fue tal la emoción que se le olvidó volver a la película. Salió del recinto y regresó a su casa. Iba  dando pequeños saltos mientras intentaba cantar, más bien gritar. Los pocos transeúntes que encontró, lo miraban sorprendidos, tan joven y ya entregado a las drogas, comentó uno. Gastón lo escuchó y sonrió, no estaba para discutir con nadie.
Sus padres lo felicitaron. Sabía que el llamado no garantizaba la contratación, les aseguró, pero por algo lo habían echo. En realidad lo hacía para convencerse así mismo más que a sus progenitores.
El resto de la tarde se  entretuvo leyendo. Era un buen lector.
Al día siguiente se levantó temprano. Desayunó con sus padres y se despidió de ellos con una sonrisa que iluminaba su rostro. Sentía que ya era un abogado contratado para hacer grandes cosas.
Llegó un poco antes de la hora de la cita. La señora Ema, tan atenta como siempre, le ofreció café.  Se lo acepto, estoy con los nervios de punta. Lo entiendo, para un joven abogado como usted, es una gran oportunidad, relájese, le aconsejó, todo saldrá bien.
A los pocos minutos, el señor Carmona lo recibió. Le ofreció algo de tomar que Gastón rechazó. La verdad es que tenía un nudo en la garganta que le impedía ingerir cualquier líquido.
El abogado comenzó a hablar acerca del prestigio del bufete, de cómo su socio y él habían empezado a trabajar juntos recién recibidos, mucho más jóvenes que el mismo Gastón. Se explayó acerca del tipo de casos que le llegaban, había que tener mucho conocimiento e inteligencia para lograr el éxito, ¿le gusta el éxito, Gastón? La pregunta lo tomó de sorpresa, estaba tratando de  disimular el sudor que le corría por  la espalda, si siento más bien frío, pensó; sí, claro, es fundamental en nuestra profesión, le contestó en un tono tan débil,  demostrando con ello, aunque no lo quisiera, que se sentía cada vez más pequeño frente a este señor que no terminaba su perorata y que él ya casi no escuchaba; sentía deseos de  salir de esa habitación que le pereció tan estrecha que le empezó a faltar el aire ¿por qué no me dice si me contratará o no? De pronto algo lo hizo atender el discurso de Carmona. Estaba comunicándole las exigencias del bufete, especialmente con los jóvenes recién ingresados ¿recién ingresados? Entonces…no sé si usted está dispuesto a cumplir con estas exigencias, decía el abogado desde lo alto de su inmenso escritorio, ¿qué exigencias? pensó; por supuesto, contestó apresuradamente, entonces estará a prueba por tres meses y  luego veremos.
Salió de la oficina con paso lento. Una vez fuera, alzó ambos brazos repetidamente,  y se dijo, lo logré, lo logré, le demostraré que soy tan buen profesional  que, finalmente, me contratará. La paga no era lo que él esperaba, pero nada dijo, ya habría tiempo para exigir lo que le correspondía como profesional. La señora Ema captó de inmediato, por el aspecto triunfante que traía, que había logrado su objetivo. Lo felicitó con un sonoro ¡cuánto me alegro! y lo llevó al cuarto donde estaba el escritorio que le habían asignado junto a otro integrante del bufete. Daniel Castro, mucho gusto, Gastón Cifuentes. No puedo creer dónde estoy, por fin en este prestigioso bufete, contratado por tres meses, ya es algo, y este es mi escritorio, sólo mío, aquí trabajaré todos los días, parece nuevo, su cubierta es suave como intocada. Gastón, ya más tranquilo,  quiso saber todo lo relacionado con el trabajo del bufete. Se le atropellaban las palabras preguntando, como cuando un niño indaga acerca de algo que no conoce. Daniel  le contestaba con paciencia. El resto de la mañana estuvieron conversando acerca del trabajo, del horario, de la rutina diaria, de todo lo importante que ocurría en la oficina.   El tiempo se les hizo muy breve y como ya era la hora de la colación, partieron a un restorán cercano donde Daniel era asiduo. Un agradable aroma colmaba el ambiente que les abrió de inmediato el apetito a ambos jóvenes.  Mientras les traían el menú del día, Gastón observó el entorno. Era pequeño y muy sencillo. Las paredes  estaban pintadas de colores alegres lo que le daba un aspecto muy acogedor. Las escasas mesas estaban casi todas ocupadas. La clientela parecía conocerse, porque conversaban unos y otros con mucha familiaridad. Le gustó el lugar. Se frotó las manos saboreando por anticipado el sabroso plato que le pusieron por delante, mientras sostenían una animada charla. Llegué a este bufete por casualidad. Había trabajado antes con un pariente. Estaba aburrido porque me trataba como si fuera su hijo, mandándome y criticándome todo el tiempo. Tenía la intención de irme, pero no sabía adónde. Un día llegué a este lugar muy deprimido. No sabía qué hacer. De pronto alguien me llamó, era un compañero de curso que no veía  desde los tiempos de la escuela. Se sentó conmigo y me contó que se iba con una beca a estudiar a España y que dejaría el puesto en el bufete donde trabajaba. Cuando me dijo si quería postular, creí que me desmayaría de emoción. Era justo lo que estaba esperando. Mi ex condiscípulo me acababa de solucionar un problema que veía  insalvable pocos minutos atrás. Estaba seguro que lograría el puesto. En la Universidad había sido un excelente alumno y tenía varios trabajos exitosos con mi pariente. Esa misma tarde presenté mis papeles y una semana después me llamaron. Primero estuve a prueba  y aquí estoy desde un año y medio, muy conforme con el trabajo que me ha tocado desarrollar.
         Es un buen tipo, pensó Gastón mientras lo escuchaba, trabajaremos bien.



         “¿Cuándo ingresa tu hijo a la Facultad?” “No estudiará medicina, sino leyes, quiere ser abogado, no doctor.” El resto de sus colegas lo miró asombrado. “No hiciste una buena labor, doctor”, bromearon.  Cifuentes  sólo los miró y después de unos segundos de silencio, comenzó a hablar.
         Es posible que tengan razón, pero nunca intenté atraerlo a nuestra profesión. La verdad es que siempre creí que estudiaría medicina. A mí me sorprendió tanto como a ustedes, pero es su elección. Su madre reaccionó negativamente, es más, le dijo que no quería un sinvergüenza en la familia. Comprenderán que creí que Gastón se molestaría, pero él es muy cercano  a Elvira y se mantuvo en su postura. No crean que yo me quedé callado. En cuanto mi esposa salió de la habitación le pregunté por qué quería ser abogado, me contestó con mucha convicción “quiero ayudar a la gente, no aprovecharme de ella”. Ustedes comprenderán que no tuve argumentos en contra al verlo tan convencido de su decisión. Para ser un buen abogado hay que tener tanta vocación como para ser un buen médico  ¿no les parece? Cuando nació  tuve una gran alegría, me daba lo mismo que fuera hombre o mujer, lo importante fue que era mi hijo. Verlo crecer y  hacerse hombre tan rápidamente fue todo un orgullo para nosotros. Su madre y yo  estuvimos siempre cerca sólo para apoyarlo, pero él siempre tomó sus propias decisiones, incluso cuando era muy jovencito. Por eso cuando nos comunicó que sería abogado, a pesar de que me desilusioné, comprendí que así había sido siempre: conversar con nosotros lo que iba hacer, escucharnos y luego la determinación era propia. Les diré que esta vez nada sabía. Tampoco su madre, con quien, como les dije es muy unido. Tal vez por eso fue su reacción. Por supuesto que me habría gustado que fuera médico. Había soñado con verlo entre nosotros. Ustedes lo hubieran visto lo contento que llegó a casa cuando supo que había sido aceptado en la Facultad de Derecho de la Universidad a la que había postulado. ¿Qué creen que hicimos? Felicitarlo, por supuesto, no podíamos hacer otra cosa y sentirnos alegres nosotros también. Será un buen abogado, se los aseguro. Estoy convencido de  ello.
         El resto de los médicos guardó silencio. La sesión había terminado.



Me comprometí a trabajar muy duro en el bufete. Estaba consciente que tenía una gran oportunidad, pero también sabía que  mi buen desempeño era fundamental para que me contrataran en forma definitiva.
-Aquí está su primer caso– me dijo una mañana el señor Carmona.
La emoción no me dejó hablar. Tomé el expediente con cierto nerviosismo, salí del despacho, me dirigí a mi escritorio y me senté rápidamente. Me había servido una taza de café, que se me enfrió mientras leía el escrito. Necesitaba interiorizarme con el caso, así sabría  cómo actuar. Ya era tarde, así que llevé el papeleo a casa. En el camino  pensaba en el caso que tenía que estudiar.
Como era la costumbre, durante la cena, comentamos el día. Sin embargo, no  quise mencionar el trabajo que me esperaba. Primero necesitaba ordenar mis ideas antes de conversarlas con mis padres.
Estuve hasta tarde revisando  la carpeta: una mujer fue acusada de robo en una multitienda;  el guardia, en vez de llamar a la policía, la encerró en uno de los baños con su hijo pequeño hasta la hora del cierre de la tienda. Ella demandó a la empresa porque nada había robado y por haberla mantenido presa sin haberle probado la falta.
Nosotros debíamos resguardar los intereses de la empresa. La verdad es que me habría gustado defender a la acusada. Estuvimos semanas investigando el caso. Se trataba de una de las grandes tiendas que existen hoy día en todas las ciudades del país. En cada uno de los pisos la gente iba y venía, ansiosa de consumir,  compraban desde refrigeradores hasta una sencilla polera. Para poder controlar los robos en medio de este gentío histérico por adquirir lo que fuera, debían tener un muy buen sistema de vigilancia. Recorrimos todos los departamentos, observando especialmente el comportamiento de la gente para entender cómo es que se podía asegurar que alguien estaba robando y qué.
El hurto había ocurrido en el departamento de mujeres. Ahí estuvimos días y comprobamos que el público, en su mayoría femenino, lo revolvía todo y si alguna prenda le gustaba, se lo llevaba al probador, donde también había una estricta vigilancia. No logramos sorprender a nadie sustrayendo algo.
En los días siguientes interrogamos al personal del piso afectado. En su mayoría eran jóvenes que parecían muy contentas con su trabajo, todas uniformadas, atendían a su público tratando de convencerlas de  los beneficios de la compra. Como era de suponer, no habían visto ni oído ningún movimiento extraño que les hubiera llamado la atención. Observé que una de las muchachas  contestaba nerviosa.
-Lo que ocurre  –me dijo aparte– es que en cada departamento hay guardias  que se mezclan con el público, no los conocemos. Su función es sorprender a los ladrones no sólo del público, sino a los empleados.
-Ese es el punto, tienen verdaderos soplones y es la palabra de ellos contra el afectado- le comenté  a mi compañero.
Durante la preparación de la defensa de la empresa, sólo comprobamos lo que decía el guardia.
-Vi a la mujer con movimientos sospechosos  sosteniendo  un niño en brazos. Como debía registrarla, la dejé en el baño de los empleados mientras iba a buscar una vendedora. Al regresar, ella ya no estaba. La alcancé antes que abandonara la tienda.
Pedimos que nos mostraran el baño. No fuimos capaces de entrar, tenía un aspecto deplorable,
-Aquí no se puede estar ni un segundo, con razón  escapó- manifesté en voz alta.
En el comparendo, celebrado días después, las partes llegaron a un acuerdo: la afectada no los demandaría, pero la empresa se comprometía a darle una indemnización.
-La cantidad exigida nos parece excesiva– sostuvimos.
-Es más que suficiente, tomando en cuenta que la afectada ha sido calumniada y vejada en su dignidad al  llevarla a un sitio indecente– alegaron los defensores.
 Finalmente, quitando y poniendo cantidades, se fijó una compensación que satisfizo a ambas partes. Durante la discusión,  admiré la entereza de la mujer. Mantuvo en todo momento la dignidad de una persona que, a pesar de las circunstancias, no se dejaría atropellar por un matón a sueldo y menos por el poderío de una empresa. También me pareció muy adecuado el alegato de sus abogados. Se notaban comprometidos con ella y la defendieron con buenos y apasionados argumentos. En cuanto a nosotros, la palabra la tuvo casi todo el tiempo Daniel.
- Si no hubiese robado, no debió huir, ya que eso la hacía más culpable. Por eso estoy convencido que la mujer miente, en consecuencia el guardia tiene razón.
En cambio, yo no lo dije, pero lo pensé, el guardia es un soplón capaz de acusar a quién sea para que los jefes lo encuentren un buen empleado, si hubiera sido otro tipo de mujer, no la habría tratado así.
En la soledad de mi cuarto, la experiencia me hizo reflexionar acerca del papel que me tocará desempeñar como abogado. Recordé muchas de las discusiones que tuvimos en la Facultad, especialmente en relación  a que todo imputado tenía derecho a una defensa, no importando del lado que estuviera uno, nuestra obligación era preparar un buen alegato de tal manera que al  defendido se le aplicara el castigo justo. Pero yo no estaba seguro de estar en el lugar correcto, por qué sentí que quería estar en el lado de la acusada, por qué mis argumentos me sonaban  débiles, poco convincentes, por qué estuve de acuerdo con los otros abogados, me preguntaba una y otra vez.
El tiempo había pasado demasiado pronto, el período de prueba se terminaba. En unos de los últimos días, el señor Carmona me llamó a su despacho. Al entrar me sorprendió ver al abogado sentado en uno de los mullidos sillones de cuero que  parecían haber estado allí siempre, pero que yo veía por primera vez.
          -Tome asiento, colega, me dijo, señalándole un sillón frente a él.
           Estaba sorprendido con tanta amabilidad. Siempre me había tratado con un cordial distanciamiento al que ya me había acostumbrado. Es desconcertante esta situación, me despide o me contrata, pensé.



         Felipe Carmona era un abogado que se había hecho de prestigio, porque sabía elegir los pleitos. Esos que causaban noticia y que sabía de antemano que iba a ganar. Se había asociado con un colega, con algo más experiencia   y que podía enseñarle las triquiñuelas que todos los abogados utilizan en su defensas. No se había equivocado. Ambos ganaron desde  el primero hasta el último caso en que defendieron. Deseaban ampliar el bufete atrayendo a nuevos integrantes. Pensaron abrir oportunidades a jóvenes abogados que le dieran un matiz renovador a la firma. Una noche, al terminar la jornada, seleccionaron a tres de los más prometedores postulantes con el fin de entrevistarlos. Los pondrían a prueba  uno a uno y finalmente contratarían al mejor. Carmona entrevistó y examinó a Gastón. “Me parece un muchacho muy seguro de sí mismo, sabe bastante, demostró querer integrarse a nuestro bufete”, comentó con su socio. “Deberíamos darle a él la primera oportunidad, los otros jóvenes prometen, pero tal vez más adelante podríamos llamarlos”, agregó el socio.
         Durante los meses de prueba, ambos abogados lo observaron constantemente. A propósito le entregaron a él y su compañero casos menores. Tenían la sospecha que el joven era ambicioso y que este tipo de casos no le interesaban mayormente. “Sin embargo, ha demostrado mucha dedicación”, dijo Carmona. En realidad estaban sorprendidos cómo trabajaba el joven abogado, “será un buen aporte”, concluyeron.
         El día que lo citaron, Carmona lo recibió. Su socio prefirió entrar una vez comenzada la conversación. Se sentaron a un costado de la oficina, allí donde los abogados atendían a los clientes más difíciles, les servía para relajarse. Gastón no era un joven difícil, pero sí había que hacerlo sentirse tranquilo, porque Carmona pensaba  ponerlo a prueba de nuevo. Esta sería la definitiva. Lo observó que entraba con paso firme, “no puede estar tan sereno, pero aparenta muy bien”, pensó.  El joven no disimuló su sorpresa cuando el abogado lo invitó a sentarse en los cómodos sillones de cuero. Los miró como si los viera por primera vez. Los primeros minutos de la conversación versaron sobre aspectos generales, cómo se ha sentido en el bufete, qué le parece su compañero Daniel, está conforme con su desempeño en el caso asignado. Me gusta mi trabajo, este es un bufete de prestigio, se está bien aquí, Daniel es un buen compañero, en cuanto al caso que nos tocó defender… aquí Carmona fijó su penetrante mirada en el rostro de Gastón, como queriendo adivinar lo que iba a decir. En ese momento entró el otro socio del bufete. El joven no lo conocía. Se quedó callado sin  lograr ocultar su desconcierto. “Por favor, continúen”, dijo al presentarse. Carmona lamentó la interrupción, le habría gustado saber la opinión del entrevistado. No fue posible, su socio venía con un objetivo determinado: presentarle a Gastón un caso hipotético con el fin de de que lo resolviera teóricamente. Ambos abogados habían discutido el asunto el día anterior. La idea la planteó Carmona, parece una trampa, argumentó el socio, ya se le ha dado suficiente oportunidad para que demuestre de lo que es capaz y creo que se ha desempeñado bien, es necesario, debemos estar seguros, insistió Carmona, pero si no responde como esperamos, lo contratamos de todas maneras, está bien, pero sólo por un año, “de acuerdo.
         -Gastón –el socio tomó la palabra- hemos pensado presentarle un caso posible para que usted lo resuelva según le parezca ¿está de acuerdo? Lo estudia y nos trae sus conclusiones en un par de días.
         ¿Por qué es tan difícil pertenecer a un bufete de prestigio? ¿Los someterían a ellos a esta misma situación? No me siento bien, pero debo hacer un esfuerzo y calmarme y contestar o pararme y salir, pensó antes de responder.
         -Lo intentaré -casi gritó- lo intentaré.
         Se levantó con dificultad, cogió la carpeta que le entregaron y salió del despacho, cerrando la puerta  bruscamente.
         -Ha sido un error -dijo el socio.
         -Lo superará, no te preocupes.
         -Entró erguido, seguro de sí mismo. Se va con un aspecto de derrotado, como si el cuerpo le pesara y su futuro tambaleara.
         -No te preocupes, llegará en dos días más lleno de energía, con la confianza y  altivez que ha demostrado hasta aquí.
         -Espero que así sea.



         Esa mañana Ema Zamora estaba feliz. Debía presentarse en el bufete de Carmona, Jiménez y asociados. Apenas tenía veintidós años. Acababa de terminar sus estudios de secretariado bilingüe con excelentes calificaciones.   Tenía una meta clara: ser secretaria en un bufete de abogados. Por qué, le preguntaban, si tienes capacidad para estudiar lo que quieras. Primero seré secretaria y después aprenderé cualquier otra profesión, contestaba sin titubear. Se inscribió en una Academia y al cabo de dos años se graduó con distinción. Presentó sus antecedentes en varios de los bufetes en los que había estado mientras realizaba sus estudios. Le gustaba visitarlos y observar a sus secretarias. Ese movimiento constante en medio de papeles, llamadas telefónicas, entrando al  estudio del abogado, saliendo con las notas, escribiendo en el computador. Admiraba la diligencia con que trabajaban. Se sentaba en una silla, casi escondida,  examinando cada uno de sus movimientos, viéndose ella misma detrás del escritorio. Después se iba, diciéndose, algún día allí estaré. Cuando terminó su carrera, había visitado la mayoría de los bufetes de la ciudad. Anhelaba trabajar en uno de ellos.
         Al cabo de un tiempo, la entrevistaron en varios sin resultados positivos., hasta que la llamaron del bufete del abogado Carmona. Allí estuvo meses atrás y aunque no recordaba los detalles, sí tenía en la mente a la secretaria, una persona  no mayor, pero que no se comportaba con la celeridad que requería su cargo. Fue ella  quien la interrogó brevemente con la promesa de llamarla más adelante. Por lo visto, ha sido la única que cumplió, se dijo Ema.
         Se levantó temprano, aunque su cita era a las diez de la mañana. Después de tomar desayuno, partió. El bus la dejaba cerca del bufete. Iba con suficiente tiempo, así que se detuvo en algunas tiendas que recién abrían sus puertas. Faltaban quince minutos cuando subió al ascensor que la llevaría al piso veintitrés. Le abrió la secretaria que Ema recordaba, adelante, pasa, asiento, espera un momento, le dijo con una sonrisa. Se dirigió al escritorio, tomo el citófono y la anunció, don Felipe, llegó la señorita Ema Zamora. De inmediato la hizo pasar al cuarto contiguo. Estaba nerviosa, se le notaba en las manos empuñadas. Tenía una estatura normal, más bien alta que baja, sin embargo le pareció que el abogado estaba a una altura superior hasta donde alcanzaba su vista. La tranquilizó verlo bajar e invitarla a sentarse en unos sillones instalados en un extremo de la sala. Parece un tipo joven y sabe lo que quiere, me está haciendo las preguntas que corresponden, claro que sé computación, redactar cartas y solicitudes, conozco el manejo de estas oficinas, las he observado todo este tiempo, este señor creerá que mis papeles son falsos que me pregunta tanto, tal vez la secretaria se va porque se aburrió, parece bastante exigente y a lo mejor nadie lo aguanta por tanto tiempo, veremos cuánto me quedo yo, claro, si me contrata y me contrató ¡bien! Deberé empezar a trabajar el mes próximo, pero vendré unos días antes para interiorizarme de los detalles de la oficina.
         Ema llevaba  veinticinco años trabajando con Carmona cuando Gastón llegó al bufete. Le pareció un buen chico, se lo decía la experiencia adquirida todo este tiempo, tienes buen ojo, Ema, le decía el abogado, porque casi nunca se equivocaba. Se alegró cuando el joven quedó contratado y lamentó la fuerte discusión que mantuvieron tiempo después. Estaba acostumbrada, eran tantas las personas que entraban y salían de la oficina entre clientes y abogados recién recibidos, que sabía que al final  quedarían sólo los dueños del bufete y ella. Esta vez intuía que Gastón volvería al bufete y que Carmona lo aceptaría a pesar de las discrepancias mutuas.
         Hacía dos semanas que el joven no se aparecía por la oficina. Ema, gritó esa mañana don Felipe, trata de ubicar a Gastón Cifuentes y hazle saber que si no regresa a trabajar, deberá presentar su renuncia por escrito. Eso está mejor, veremos qué pasa, el muchacho es testarudo, se dijo Ema tomando el teléfono.



           La tarde que tuvo la bochornosa discusión con el señor Carmona, camino a casa, entró al primer bar que  se le cruzó en el camino, era uno de esos pequeños, íntimos,  que favorecen la toma de decisiones. Mientras bebía, Gastón reflexionaba, he sido un estúpido, de nada ha valido mi dedicación a los estudios y a la profesión, me he obsesionado con ello, he descuidado a mis amigos, a tal punto que ni siquiera tengo vida personal, dónde quedaron mis amigas preferidas, no recuerdo la última vez que tuve una polola, esto no puede seguir así, mañana me pongo en campaña y los reúno a todos, Carmona puede quedarse con su bufete y sus pleitos de pacotilla. Llegó a su casa cansado, deprimido, sin ganas de hablar ni comer,  sólo acostarse y dormir. Saludó  a sus padres desde lejos y subió a su cuarto.
           Despertó tarde, durmió  vestido encima de la cama, con la sensación de haber estado despierto durante la mayor parte de la noche. Se levantó con dificultad. La ducha lo reconfortó y bajó a desayunar. Encontró la casa vacía, sólo  Elvira hacía la limpieza. Se sirvió una taza de café bien cargado para despejarse totalmente. Recordó  la reunión que pensaba organizar y partió a ubicar a sus amigos. Entró y salió de sus lugares de trabajo ¡qué sorpresa, qué alegría, tanto tiempo, qué bueno verte! ¿por qué la visita, qué te habías hecho? Gastón les comentó la idea de juntarse ¡formidable, ya era tiempo! ¿dónde, cuándo? Mostraron la disposición que siempre habían tenido para este tipo de eventos. Las mujeres lo abrazaron con sincera alegría ¡siempre fuiste bueno para organizar este tipo de veladas! ¿por qué te habías desaparecido? Por supuesto, allí estaremos. A pesar de no juntarnos hace tiempo, tenemos muchos deseos de vernos otra vez, siempre supe que tenía buenos amigos y amigas, ya verán, esta vez será inolvidable, se dijo Gastón.
           Organizarla le tomó sólo una semana. El día escogido fue una cálida noche de sábado. Llegaron todos casi al mismo tiempo. El ambiente se llenó con la alegría de encontrarse  de nuevo. El anfitrión los recibió en persona. Se instalaron en la pérgola que estaba al fondo de la casa. El aperitivo subió el tono de la conversación. Como es habitual, los hombres preparan el asado, es el momento para recordar reuniones pasadas, mientras se sirven sendas copas de vino, sonoras carcajadas contagian a los asistentes, cuenten, cuenten, gritan las mujeres, no se puede, les contesta alguien, y todos ríen al mismo tiempo.
           El parloteo de las féminas es incontenible, ríen, se abrazan, beben, escogen la música, bailotean entre ellas, apuren el asado, sirvan algo, ya estamos medio borrachas, gritan, bailemos mientras tanto, les dice Gastón algo achispado, y todas lo rodean.
           ¡A comer llaman! Avisa alguien, llevando una fuente con un humeante  trozo de carne. La glorieta es amplia, en un costado está una mesa  repleta de variadas ensaladas. El grupo se sirve y se  instala alrededor, comen. Se hace un  breve silencio ¡salud! grita uno, ¡salud! corea el resto.  La conversación se generaliza, hablan todos al mismo tiempo, se preguntan, quieren saber unos de otros, prometen volver a juntarse, fijan una fecha, pase lo pase, se reunirán de nuevo, felicitan a Gastón por la iniciativa, el vino corre, la comida se termina, pero no el entusiasmo ¡bailemos! ¡mejor juguemos! ¡a la dramatización, mujeres contra hombres! ¡machistas!
           Finalmente, alguien pone música y todos parten a la pista  a bailar, haciendo colas, rondas en medio de una algarabía contagiosa. De pronto la música se detiene, momento, dice una de ellas, tomando el micrófono, hagan grupos de tres, los que no tienen grupo quedan fuera, que siga el baile, paren, grupos de cinco, sigan bailando, deténganse, grupos de cuatro, música, paren, grupos de seis, música, paren, grupos de  tres. Continúan hasta que quedan sólo dos  ¡bravo por los campeones! Cansados de tanto moverse, reír y gritar, se sientan a tomar el trago del estribo. De nuevo las promesas, las felicitaciones. La diversión está llegando a su fin. Gastón los acompaña a la salida, van cantando todos a una sola voz. Los abrazos, los apretones de mano, los besos, sellan una vez más la amistad que los une.   
           Mientras los autos arrancan, el anfitrión sube a su cuarto a dormir. Son la cinco de la madrugada, pronto amanecerá.



         Estela me ha pedido ser madrina de su hijo. Nacerá a comienzos de año. Ya se sabe que es varón y sus padres están felices. La verdad es que no me gusta esto de ser madrina. No es algo personal, pero no soy de las muy buenas. Ya  lo he sido. Sólo he visto a mis ahijados un par de veces. En este momento ni sé dónde están. No recuerdo haberles hecho algún regalo. Sería injusto para la criatura tener lo que se llama “madrina cacho”.  Con Estela somos amigas desde hace años. Debería sentirme honrada que me eligiera a mí. Victoria se dirige al estante donde tiene sus álbumes de fotografías. Revisa uno en especial. Observa con atención varias fotos donde aparece con Estela, somos amigas desde jóvenes, no puedo defraudarla, menos esta vez., concluye. 
 El tiempo ha pasado volando. Esta mañana nació el niño. Ambos están en buenas condiciones. Se llamará Gastón Ernesto. El segundo nombre es del papá. Menos mal, así no se confunden. No me parece cuando repiten los nombres de los padres en los cabros chicos, habiendo tanto para elegir. Fui a visitarlos. Apenas me asomé escuché, ven Victoria, a conocer a tu ahijado. Por supuesto que me di por aludida. Así que soy madrina una vez más. Espero portarme a la altura. El niño es encantador. Hasta me sonrió cuando lo tomé en brazos. Apenas cumpla un mes, lo bautizaremos.
         He estado muy ocupada preparando el bautizo. Es increíble la cantidad de trámites que hay que hacer y el alto costo que hay que pagar. Ya está lista la fecha, la iglesia, los invitados, el cóctel. El padrino será un colega de Ernesto. El niño ha crecido sanito, gracias a que su propia madre lo alimenta. Lo visito casi a diario. Me encanta tenerlo en brazos y verlo sonreír. Parece saber que pronto seré su madrina.
         Gastoncito  nació hace cuarenta días y hoy lo bautizamos. Llegué a su casa con una hora  de anticipación. Partí junto con los padres y el niño. El padrino ya estaba en la iglesia. Fue una ceremonia privada. Victoria sintió una emoción muy especial al tener al niño en sus brazos mientras se desarrollaba el ritual  católico. A la vez  pensaba que muchas familias lo seguían, aunque no creían en él, como en este caso. De la iglesia nos fuimos al lugar donde se serviría el cóctel. Allí nos esperaban los invitados.
         Con el paso del tiempo, el niño Gastón y yo, nos hemos hecho grandes amigos. Es una criatura exquisita. Nos vemos casi a diario, así he podido verlo crecer y observarlo en cada uno de sus progresos. Se ha establecido un gran cariño entre ambos. ¡Me parece increíble! Hemos celebrado todos sus cumpleaños, ya llevamos diez. Lo que más me conmueve es ver el cariño entre sus padres y él. A veces pienso que lo protegen demasiado, pero es un niño inteligente, ya sabrá cómo independizarse.
          No les he contado que debo hacer un largo viaje y no sé cuándo regresaré. Siento una gran tristeza  de no ver por un tiempo a mi ahijado. Ayer estuve en su cumpleaños. Son once añitos. Se veían todos tan contentos y alegres que no me atreví a contarles de mi próximo viaje. Ya habrá tiempo, piensa.
         Ha pasado un mes y en el almuerzo de hoy les comuniqué mi partida. Tal como me lo imaginé me miraron sorprendidos. Gastón se puso a llorar y dijo querer irse conmigo. Que un niño demuestre así su cariño, me emocionó mucho. Por suerte su deseo nos hizo reír y así el ambiente se distendió. No les dio mayores detalles, prometió hacerlo más adelante.
         Tengo todo listo, partiré en quince días. Durante todo este tiempo he estado en despedidas. Si no fuera que sé que todos son mis amigas y amigos, diría que celebran que me vaya ¡qué mal pensada soy! Estos encuentros me han servido para olvidar que por un tiempo no los veré y que “partir es morir un poco” como diría el poeta.
          Me acompañaron al aeropuerto  mis compadres,  mi ahijado y un grupo de amigos más cercanos. Abrazos, besos, algunos lagrimones, una despedida muy emotiva. Mientras el avión despega, cierra su libreta de notas. Son los recuerdos que la acompañarán durante la ausencia.



         Daniel Castro había llegado al bufete del abogado Carmona por esas casualidades de la vida, como decía él, gracias al encuentro con su compañero de estudios. Los casos que había defendido lo dejaban satisfecho. Los estudiaba y discutía con don Felipe, dándole la seguridad que necesitaba un joven como él. Admiraba a Carmona tanto como a su socio. Los encontraba de una inteligencia excepcional. Siempre asistía a los juicios públicos. Para él era un deleite escuchar los alegatos de sus jefes: sus argumentos imbatibles, sus pruebas bien fundadas.  ¡Bien merecido el prestigio que se han ganado! se decía una y otra vez. Llegaba a la oficina eufórico, sintiendo el triunfo como algo personal. Felicitaba a ambos abogados. Le gustaba recordar los momentos culminantes de sus defensas.
         La primera impresión que tuvo cuando vio entrar a Gastón fue la de un joven arrogante. Sin embargo, ese día que almorzaron juntos, cambió de parecer. ¿Sabes? estoy muy contento que don Felipe me haya llamado, le dijo, hacía tiempo que anhelaba incorporarme a un bufete de prestigio. Tal vez si trabajo duro me contrate después de los meses de prueba, agregó.
         Daniel ayudaba gustoso a Gastón cuando éste le pedía su opinión. Lo escuchaba con atención, pero luego  resolvía de acuerdo con su criterio. Es un tipo que piensa con independencia, reflexionaba, ojalá eso le sirva en este oficio, aunque no estoy tan seguro.
         Pasados los tres meses de prueba, los socios del bufete lo sometieron a otro escollo más: solucionar un caso hipotético- Daniel vio con sorpresa la reacción del joven abogado. Estaba furioso y dispuesto a irse de la oficina. ¿No es preferible aceptar la solicitud de los jefes? pensó, un tipo inteligente como él, saldrá adelante. Pero Gastón era orgulloso y no soportaba tanta dificultad para contratarlo. Quieren estar seguros de tu capacidad, le dijo su compañero, tienen un prestigio que no pueden malograrlo por una mala decisión. Gastón desapareció por unos cuantos días hasta que llegó con su trabajo realizado. Daniel se alegró por ello.
         La reunión  con los abogados tuvo otro traspié: no  coincidieron  con las conclusiones a las que había llegado el joven Cifuentes. Una vez más la discusión estuvo subida de tono y Gastón salió del despacho cerrando la puerta violentamente. Daniel estaba preocupado, se dio cuenta que el problema había sido más de fondo. El joven no cedería y los abogados tampoco. No sabía qué hacer para que el asunto se solucionara y Gastón volviera al bufete. Con los jefes no se atrevía hablar y pensaba que tratar de convencer al joven abogado sería inútil. Sin embargo, decidió llamarlo. ¡Aló, Gastón! habla Daniel ¿cuándo vuelves al bufete? ¡Hola! gracias por llamar, el problema es que los jefes y yo tenemos distintos puntos de vista frente a un mismo asunto. Pero podrían discutirlo ¿no crees? Ellos no cambiarán de opinión y yo tampoco. No estés tan seguro, son buenas personas, sólo es cuestión de ponerse de acuerdo. Tú y tu admiración por ellos, lo mejor es que me vaya y así evitar polémicas inútiles. Piénsalo, compañero. Ya lo pensé, amigo.
         Los días pasaban y Gastón no se aparecía. Hasta que un viernes en la tarde, don Felipe le dio una orden perentoria a la secretaria: trata de ubicar a Gastón Cifuentes y hazle saber que si no regresa a trabajar, deberá presentar su renuncia por escrito.
         El lunes siguiente Gastón llegó al bufete. Entró con paso firme y actitud desafiante, los saludó fríamente, necesito entregarle personalmente mi renuncia al señor Carmona, fue lo único que dijo,  y se dirigió a la sala de espera.
         Daniel se alegró de verlo entrar, pero el aspecto altivo del joven le indicó que este round sería el peor de todos y que su compañero se alejaría definitivamente del bufete. En el momento que se acercaba a Gastón, se escuchó la voz de la señora Emita, adelante, don Felipe te espera.



         ¿No te parece que es mucho el tiempo que dura nuestra amistad? le preguntó esa tarde Raúl a su amigo Gastón, frente a una humeante taza de café. Recuerdo que todo comenzó cuando entramos juntos al primer año de esa escuelita que quedaba cerca de nuestras casas. Después cursamos la enseñanza media y aquí estamos ya profesionales. Tú abogado y yo ingeniero. Supongo que serás un buen leguleyo, porque siempre fuiste muy mateo. Cómo olvidar tu examen de grado, brillante. Tus padres y tu madrina, estaban de lo más atentos escuchándote. Ése es mi amigo, pensé. ¿Recuerdas el tremendo abrazo que te di? Sí, es cierto, me reclamaste la brusquedad, pero estaba tan orgulloso. Tú sentiste lo mismo  cuando  presenté el mío al año siguiente. Creo haberte dicho que lamenté que te fuera tan difícil encontrar un bufete dónde trabajar. Con tus antecedentes como estudiante, me parecía insólito que ni siquiera te dieran una oportunidad. Me afectaba verte deambular con tus currículos sin obtener resultados. En ese sentido, parece que los ingenieros tenemos más acogida. Es posible, como tú decías, que somos menos y ustedes demasiados. ¿No crees?         Entrar al bufete de Felipe Carmona es todo un logro. Sin embargo, puesto  a prueba  sólo por unos meses, me parece injusto. Les demostrarás tus capacidades y el contrato será definitivo, ya verás, le dice, dándole un fuerte apretón en el brazo, como muestra de apoyo.
         Hicimos bien en salir de parranda. Quedaste sorprendido con  Sandra ¿verdad?  Es mi hermana menor, una chiquilla tiempo atrás. Los años pasan, amigo, ella creció mientras nosotros envejecimos. Aunque la  reunión estuvo entretenida, tú no lo estuviste tanto. Algo te molesta. Raúl mira fijamente a su amigo. No es sólo la actitud de tus jefes, sino algo más, le comenta mientras almuerzan. Elegiste tu carrera por vocación ¿no es así? Recuerdo lo que  le dijiste a tu madre cuando no estuvo de acuerdo con tu elección, “seré abogado para defender a la gente, no para aprovecharme de ella”. ¿No te lo permiten en ese bufete? Si haces algo con lo que no estás de acuerdo, estás perdido. Honestidad consigo mismo, amigo, eso es siempre lo que hemos defendido.
         Me alegro que hayas podido venir de inmediato. Me parece que hiciste bien en resolver el caso que te plantearon, pero mandarte cambiar en esa forma, no es conveniente. Recuerda que para defender tus principios debes estar presente. Aunque el orgullo no te lo permita, debes volver al bufete y tratar de que respeten tus argumentos. Insiste en ellos, no permitas que se salgan con la suya. Tu deber es seguir adelante, pero dentro del bufete. Te aseguro que terminarán respetándote. Sospecho que no estás muy convencido con mi enfoque. Más bien te noto empecinado en tu posición. Raúl se levanta de su escritorio, se acerca a Gastón y le habla en un tono perentorio. Escúchame, amigo mío, escúchame muy atento a lo que te digo: debes volver a la oficina y lentamente, sin arrogancia, resuelve los casos que se te presenten de acuerdo con lo que te dicte tu conciencia, pero no te dejes avasallar por lo que digan tus jefes. Así que renunciarás, y después qué. Deja pasar un tiempo y luego decides. Ahora estás ofuscado. Era lo que me temía. Me dices que Carmona te envió un mensaje perentorio: o vuelves a tu trabajo o renuncias. Esta vez no podrás demorar tu respuesta ¿qué harás? ¡Cómo! ¿Sigues pensando en renunciar? Lo lamento, pero mi opinión como amigo es que has elegido el camino equivocado. Antes de despedirse, Raúl insistió en su consejo.
         Al día siguiente, hablaron nuevamente. Gracias por llamar. Esta sí que es una buena noticia. Así que Carmona y su socio finalmente te dejaron continuar en su bufete. Debes haber sido muy convincente. Me parece muy adecuado un contrato sólo por un año. Si no te dejan trabajar a tu modo, te largas. Bien, amigo, debemos salir a celebrar. Te avisaré cuándo.
         Finalmente, los amigos se juntan y la velada los hace pasar un buen momento. Te llamo para comentarte que la otra noche te vi muy alegre. Esta vez sí te integraste al grupo como en los mejores tiempos. Parecías muy complacido conversando con Sandra. Te confieso que me entusiasma la idea de verte integrado a la familia del brazo de mi hermana.



         Gastón salió de la reunión con los abogados sintiendo una rabia incontenible. La señora Emita sólo lo miró, prefirió callar, porque se dio cuenta que el joven parecía a punto de estallar. Lo vio sentarse en su escritorio sin abrir la carpeta que  tenía en sus manos. En cambio, su compañero Daniel se acercó y le preguntó, qué pasó en el despacho que se te ve tan alterado, que estos gallos me siguen poniendo a prueba, eso es lo que pasa, cómo así, ahora se les ocurrió que resuelva un caso hipotético y que les traiga las conclusiones en un par de días, cálmate y revisa de qué se trata, mejor me largo, luego veré qué hacer, pero estamos a media mañana, cómo te vas a ir, me siento cada minuto peor, adiós, ya veré si me quedo en este bufete de mierda. Tomó la carpeta y se dirigió a la puerta de salida. Iba tan molesto que ni siquiera se despidió de la señora. Emita, la verdad es que  la ira lo cegaba.
         Ya en la puerta del edificio no sabía qué rumbo tomar. Empezó a caminar sin ver al gentío que lo rodeaba, ni escuchar el bullicio de la ciudad, Debió haber caminado horas, de pronto se sintió cansado y hambriento. Se había alejado demasiado del centro comercial. Buscó una estación del metro y se dirigió a su hogar. Eran las tres y media de la tarde cuando entró a su casa. Fue directo a la cocina, se calentó algo para comer y sin hacer ruido subió a su cuarto. Estaba agotado, pero mucho más tranquilo. Durmió hasta la hora de la cena.
         Al encontrarse con sus padres en el comedor, tenía claro lo que iba hacer: por el momento absolutamente nada. Sólo guardaría la carpeta en una de las gavetas de su escritorio.  Ya tendría la suficiente disposición para estudiarla. Mientras cenaban les comentó lo ocurrido con los abogados y la decisión tomada. Sus padres permanecieron callados, qué pasa, por qué no opinan, les preguntó, comprenderás que no estoy de acuerdo con tu determinación, dijo su madre, es muy precipitada, debes estudiar de qué se trata y luego decidirás lo que más te conviene, agregó don Esteban. Es posible que tengan razón, les comentó el joven, pero por ahora no quiero reflexionar sobre este asunto. Terminaron hablando de temas generales sin referirse a lo que realmente les preocupaba, el destino de su hijo en el bufete. Al levantarse de la mesa, cada uno sentía cierta desazón cuyo origen estaba en lo recién conversado.
         Al día siguiente, el joven abogado partió al gimnasio. Iba de vez en cuando, especialmente cuando no tenía claro qué hacer. Permaneció allí un par de horas trabajando con la bicicleta, las pesas y la pista para caminar. Intentaba bajar la tensión que lo embargaba. Sin embargo, al volver a casa la incertidumbre continuaba. No sólo pasaron los días asignados para el estudio del caso, sino una semana completa. Sus padres lo veían dando vuelta por el patio, al interior de la casa, saliendo y entrando, con un aspecto que les inquietaba. Pero no volvieron a hablar del asunto. Lo sabían terco, pero también sabían que en cualquier momento resolvería según su conveniencia. 
         Finalmente, Gastón sacó la carpeta que le había entregado Carmona hacía diez días. Nadie lo había llamado, como si se hubieran olvidado de su existencia. Durante este tiempo no logró ignorar la responsabilidad que tenía con el bufete. Mejor era enfrentar la situación y se puso a trabajar de inmediato.
         El caso era el siguiente: un joven dependiente de una gran tienda se negaba a trabajar horas extraordinarias. El gerente aducía que  en el contrato estaba estipulado que era una obligación de los trabajadores. El joven alegaba que aquello era una trampa, porque nadie puede obligar a trabajar horas extraordinarias a alguien si no quiere. Por lo tanto, presentaría una demanda en contra de la empresa.
         El joven abogado debía elegir a quién defendería, a la tienda o al empleado. Se decidió por este último, esta gente siempre trata de perjudicar al más débil, se dijo. Redactó la defensa, argumentando cada una de sus aseveraciones. Consultó libros, apuntes y revisó otros casos. Lentamente se fue entusiasmando, se veía defendiendo al muchacho, haciendo trizas los argumentos de su contrincante. Estuvo varios días y algunas noches trabajando. Cuando quedó satisfecho, se fue a la oficina de Carmona.
         Habían transcurrido alrededor de quince días desde su partida. La señora Emita celebró su regreso, lo mismo que su compañero. Ni Carmona ni su socio estaban en el bufete, así que el documento quedó en manos de la secretaria. Como ya era la hora de cerrar, Gastón invitó a Daniel y a la señora Emita a tomar un café.
         Caminaron hasta el más cercano. Estaba repleto de gente que salía de su oficina. Se sentaron en un rincón de la barra y ahí comentaron las novedades. No había grandes noticias, los litigios de siempre, excepto uno que otro más o menos relevante. El bullicio no les permitía conversar, así que no permanecieron mucho tiempo. Se despidieron en la puerta con un hasta mañana y cada uno tomó  rumbo hacia su casa.
         Al día siguiente, se presentó temprano a la oficina. Deseaba  conversar con los abogados y saber qué opinaban de su defensa. La secretaria lo hizo pasar en cuanto se lo indicó Carmona que ya había llegado. Cuando  entró, el abogado estaba leyendo el escrito. Asiento, fue lo único que le dijo  desde su enorme escritorio y siguió leyendo. El joven  empezó a preocuparse. A Carmona sólo se le movían los ojos al leer. El rostro permanecía impasible. Un silencio inquietante reinaba en el ambiente. Gastón no soportó más la tensión. Con permiso, dijo levantándose. Y salió del despacho. Estaba tan pálido que Daniel y la señora Emita se asustaron. Pareces a punto de desmayarte, dijo ella, y fue a prepararle un café. Estoy bien,  Carmona todavía no me hace ningún comentario de mi defensa y eso me tiene un poco nervioso, dijo tomándose de un trago el humeante café, iré a caminar un rato.
         Volvió una hora después. Te están esperando, le dijo la secretaria, ya llegó don Gustavo. Gastón entró mucho más tranquilo a enfrentarse con sus jefes. Esta vez se sentaron en los sillones de cuero que permitían estar frente a frente y al mismo nivel.
         Don Felipe comenzó felicitándolo por la vuelta al “redil”. Su socio lo apoyó. Habrían lamentado que no lo hiciera, porque les parecía un buen aporte para el bufete. Respecto a su escrito, consideraban forzado que el joven tomara la defensa del muchacho, les habría parecido más lógico defender a la empresa que, a juzgar por los antecedentes, tenía todas las de ganar. Prefiero estar con los perdedores, contestó Gastón. Ese es una postura errónea, le respondió el socio, estamos acostumbrados a ganar. Para mí este caso es un desafío y haría todo lo posible por ganarlo, los abogados tienen armas para ganar un juicio que parece perdido. No en este caso, no estamos de acuerdo con tu defensa. Mi trabajo está bien hecho y bien fundamentado. Sí, pero perderías. Eso lo dicen ustedes porque el prejuicio los ofusca. No, jovencito, estamos hablando por lo que nos dicta la experiencia. Lo siento, ese es mi alegato y no le cambiaré una sola coma. Recuerda que esta es tu última oportunidad para trabajar con nosotros y nos estás dando la contra. Estoy consciente de ello, pero eso es lo que pienso, aunque no les guste, siempre defenderé al más débil, con permiso. Se levantó y salió del despacho con un seco hasta luego. Los abogados se miraron, tan sorprendidos estaban que ni siquiera alcanzaron a contestarle. Por su parte, Gastón sólo le hizo un gesto de despedida a la secretaria antes de salir  del bufete.



         Sandra conocía a Gastón desde pequeña. Lo veía siempre junto a su hermano Raúl “somos yunta”, decían, pero ella no entendía por qué. Hasta que un día lo comprendió cuando su maestra estaba explicando algo relacionado con los bovinos. A mí también me gustaría ser yunta, se dijo, pero no tengo ninguna amiga con la que podría “enyuntarme”. No era una muchacha difícil, pero sí tímida y algo solitaria. Eso hasta que entró a la enseñanza media. Fue como si despertara. La ayudaron los ramos electivos que tomó, literatura y deportes. Sobresalió en ambos y eso le valió la calidad de líder. También en la Universidad se destacó. En realidad no necesito “enyuntarme” con nadie, me sobran amigos, puedo estar con cualquiera de ellos, atrás quedaron los tiempos de mi timidez y soledad.
         La noche que salió con su hermano observó con atención al abogado: no sólo era atractivo, sino inteligente. El motivo era celebrar algo relacionado con el trabajo del joven. El grupo era pequeño, muy alegre y aunque quedaron separados sintió  varias veces su mirada que ella devolvió con cierto pudor. Después de aquella velada,  siguió pensando en él unos cuantos días ¿todavía me verá como cabra chica o se dio cuenta que he crecido, por eso las miradas? se preguntaba. No pude distinguir si eran por curiosidad o admiración,  lo peor sería que empezara a gustarme, concluyó,  mejor olvido el asunto.
         Sin embargo, la volvieron a invitar: el mismo motivo, Gastón y sus logros profesionales, el mismo grupo, el mismo lugar, sólo que esta vez quedó sentada al lado del festejado y todo cambió para ella. El joven le dedicó toda la noche, conversaron, se rieron juntos, se veían alegres y relajados. Los brindis se sucedían  por un motivo u otro. No puedo creer que esto me esté pasando, Gastón convertido en un galán, coqueteando conmigo, me gustaría abrazarlo y besarlo y…Su hermano la observó con impaciencia, sin saber si era por el vino o por la cercanía de su amigo. Intuyó que eran ambas razones y dejó de preocuparse. Alguien sugirió la idea de ir a una discoteca, pero Gastón se disculpó, lo siento, amigos, les agradezco esta reunión, pero debo  trabajar y no puedo acompañarlos, será para la próxima. Sandra sintió como si la burbuja en que había estado inmersa junto a Gastón, se había  roto y se quedó en blanco sin poder articular palabra alguna. No supo cómo terminó la cena y cómo volvió a su casa acompañada por su hermano. Entró a su cuarto, se echó en la cama, quedándose profundamente dormida.
         Días después de aquella cena y la frustración que sintió esa noche, Sandra recibió la llamada de Gastón, hola, cómo estás. Bien, gracias y tú. Aquí trabajando, tenemos algo pendiente. Quiénes. Nosotros. No creo. Recuerda que aquella noche de la comida no pude ir a la discoteca, me gustaría ir ahora e invitarte para que me acompañes. Ahora, pero si es jueves. No, el sábado, ¿irías? Bueno, no sé, podría ser. Eso es un sí o qué. Creo que sí, sí. Hasta el sábado. Hasta entonces. Sí, nos vemos el sábado. Después de colgar, la joven se quedó pensando si la conversación había sido real o ella la había imaginado. Rápidamente reaccionó y corrió a buscar a su hermano, ¡Gastón me llamó y me invitó a salir! le gritó abrazándolo. No me sorprende, porque parece que le gustas. A mí también y mucho. Tómalo con calma, sal con él y pásalo bien. Sí, eso haré.        
 Los días siguientes se le hicieron eternos. Asistió a clases en la Universidad, pero sólo estuvo presente, porque seguía pensando en la cita con el joven abogado. ¿Cómo será esta primera cita?¿Cómo deberé comportarme? Estoy tan emocionada que no puedo pensar en otra cosa. Llegaba a su casa a probarse la ropa que vestiría esa noche, nada la convencía, deberé comprarme algo más atractivo, todo esto está viejo y anticuado, pensaba.
         En la mañana del sábado, fue a su tienda habitual y escogió un vestido sensacional, según la vendedora, que realzaba su esbelta figura. Me lo llevo, dijo, si  no cae esta vez, no caerá nunca, sentenció.
         Y Gastón cayó. En cuanto la vio, la miró con admiración, estás preciosa, le dijo, y partieron a iniciar una noche inolvidable.
         No fue la primera cita, pero tal vez la más decidora para ambos jóvenes. Empezaron a conocerse y a derribar esos resabios de la “cabra chica” y  el “joven profesional”. Conversaron de todo, tal vez demasiado formal, pensó Sandra, como si él no se atreviera a entrar en materia.
         De esa primera salida, la joven no se hizo muchas ilusiones, hay que darle un buen empujón a este muchacho, será para la próxima, se lo prometió.
         Sin embargo, la próxima vez fue en medio de un montón de gente que Sandra no conocía, amigos de Gastón. Paciencia, se dijo Sandra, la tercera es la vencida.
         Y así fue, salieron a bailar y ahí la cosa se puso más entretenida, les contó después a sus amigas. A medida que pasaban las horas, se sentía cada vez más cerca del joven. Las miradas, las manos de Gastón entre la suyas, la convencieron que estaba realmente interesado en ella. Ambos eran buenos para el baile y pasaron una noche realmente excitante. El cálido abrazo y el apasionado beso al final de la velada, sellaron el destino de los jóvenes.



         El día del examen de grado de Gastón llegó por fin, allí estuvimos sus padres y yo. Me pareció increíble estar presente en ese momento. No pude dejar de recordar lo pequeño que era el día que nos despedimos en el aeropuerto. Nunca dije por qué debía irme del país. Mis compadres estaban confiados que nada cambiaría, pero mis amigos y yo, teníamos la certeza que se venían tiempos difíciles y por eso partí. Otros amigos de otro país me ofrecieron una oportunidad y la acepté. Mantuve con mi comadre una discreta comunicación. Sólo para estar al tanto de cómo crecía mi ahijado, ahora a punto de convertirse en abogado. Acerca de la situación del país, Victoria prefería no preguntar, ella en el extranjero sabía mucho más acerca de la realidad de su patria.
         La sala estaba repleta de público, en especial con estudiantes de la Facultad. El examen empezó en el mayor de los silencios. Gastón sentado frente a un tribunal que parecía que lo iban sentenciar, no a interrogar. No supe cuánto duró, pero el tiempo se me hizo eterno, hasta que todo terminó. El recién graduado se veía contento, sus padres y yo, orgullosos.
 Tiempo después de regresar, se reencontró con su ahijado. Las conversaciones giraron en torno a sus estudios universitarios, las luchas por una mayor autonomía, sus expectativas como abogado, sus difíciles comienzos y su reciente logro, haber ingresado al bufete de Felipe Carmona.          Cómo estuvo tu llegada, preguntó una tarde sentados en un café. Emocionante, ahí estaban tus padres y tú convertido en un guapo joven ya casi abogado. ¿Y tus amigos? Fue un tiempo de recuentos, de ir develando lo que les había ocurrido, esa interioridad de cada cual, aquello que no se sabe en el exterior. ¿Y cómo te fue en el extranjero? Al principio fue difícil, las costumbres, las comidas, el clima, todo es tan distinto, el lenguaje, la forma de ser, todo. ¿Te acostumbraste finalmente? Por supuesto, porque la acogida fue impagable.
         Las pláticas se reanudaban con cierta regularidad. Ambos necesitaban saber uno del otro. ¿Por qué regresaste, madrina? preguntó días después. Porque la situación del país había cambiado. ¿Y cómo nos encontraste? A mis compatriotas desconfiados y poco solidarios, consumistas y apitutados, pero no mi gente, era la misma que había dejado años atrás y eso me reconfortó. Disfrutaba las charlas con su ahijado. Lo sabía inteligente, seguro de sí mismo. Saldría adelante frente a cualquier desafío que se le presentara.
         Cuéntame de ti, qué haces además de ser abogado, le dije una tarde en mi departamento. Desde hace poco estoy saliendo con una chica. Qué bien ¿y quién es ella? Se llama Sandra y es hermana de mi amigo Raúl, debes acordarte. Sí, lo recuerdo, iban juntos a la básica. Él mismo, gracias a él la conocí, era una cabra chica hasta hace poco, pero ahora es toda una mujer, me gusta mucho, madrina. Me alegro por ti, algún día la conoceré, supongo. Qué te parece que mañana almorcemos con ella y ahí te la presento. ¡Me parece estupendo!
         Al día siguiente la conoció y le pareció una muchacha encantadora. Mientras almorzaban, la observó atentamente: conversaba con mucha soltura y parecía encantada con la improvisada reunión. Hablamos de todo, de mi estadía en otro país, de Gastón y sus leyes, de cómo se habían reencontrado, del tiempo, del país, hasta de lo que estábamos comiendo. Creo que ella está más entusiasmada que él, pensé, mientras nos despedíamos, lo mira con una mezcla de admiración y ternura, típico de una mujer enamorada, él, por ahora, sólo se deja querer.